lunes, 14 de diciembre de 2015

El solsticio de invierno, mitos y tradiciones




La celebración de la Navidad es una de las más populares del mundo. A pesar de que su celebración se circunscribe al nacimiento de Cristo, y eso es lo que la mayoría de los países del mundo celebran, la celebración de la Navidad como la conocemos se introduce desde la expansión del cristianismo coincidiendo con un efeméride mucho más antiguo y celebrada, al menos en el hemisferio norte del planeta: el solsticio de invierno.
En los distintos calendarios de la antigüedad, entre el 20 y el 23 de diciembre de nuestro calendario gregoriano se celebraba el momento en el que el sol alcanzaba su punto de elevación más bajo con respecto a la tierra. Esto se ve reflejado como la noche más larga del año en el Polo Norte y, por consiguiente, el día más largo en el Polo Sur. Esto provocaba el efecto de ver el sol a un punto muy bajo en el horizonte, siendo más evidente en las latitudes más altas del planeta.
Es evidente que la Navidad y el solsticio de invierno no son la misma celebración. Sin embargo, comparten el mismo espíritu de festividad que permitió la popularización universal de una fiesta que corresponde a una sola religión. Incluso, se puede encontrar en la celebración cristiana vestigios de las celebraciones antiguas que pasaron a ser paganas con el cristianismo. Veamos algunas de ellas.
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El solsticio de invierno para los celtas. Siendo uno de los pueblos más extendidos de la antigüedad, tuvo diferentes celebraciones a lo largo del tiempo y las localidades que habitó. Sus construcciones más antiguas, como el Stonehenge y el montículo funerario de Newgrange, están orientadas astronómicamente para reaccionar a la posición del sol durante el solsticio. En la península de Cornualles, en el Reino Unido, se celebraba el Día del Mummer o Día Oscuro, en el cual la gente bailaba y se oscurecía la cara con pintura o usando máscaras. En Irlanda y la Isla de Man se celebraba el Día de Wren, en el que multitudes de personas se disfrazaban de ropas multicolores y tomaban los caminos tocando música y pidiendo dinero o comida. Esta tradición incluía la caza del wren, o del reyezuelo o falso rey, que consistía en la perseguir al rey falso, capturarlo y atarlo a una viga. Esta fiesta tiene su símil en Galicia, España, bajo el nombre de La Cacería del Rey Carlos.
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El solsticio de invierno en la Grecia helenística. El ritual griego que correspondía a estas fechas es el mismo retratado por Eurípides en su obra Las Bacantes. El ritual, exclusivamente femenino, se realizaba a las afueras de los poblados, donde un grupo de mujeres llamadasbacantes tomaban a un ternero o una cabra, que era alimentada y luego despedazada. Esto representaba la muerte de Dionisio causada por la furia de Hera, quien arrojó un rayo que quemó a su madre cuando lo llevaba en su vientre. En seguida se ofrendaba un bebé al dios, cosa que representaba la supervivencia o resurrección de Dionisio cuando su padre, Zeus, lo halló entre las llamas y se lo cosió en el muslo para que terminara de formarse. Varios autores han hecho la semblanza entre los elementos del rito cristiano y los rituales dionisíacos. Como por ejemplo, la presencia del vino, que para los griegos era una metáfora de la “vida eterna”.
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El solsticio de invierno en el Imperio Romano. En el año 274 d. C., el emperador Aureliano oficializó el culto al invencible dios sol (Sol Invictus) dándole la misma dignidad que tenían los ritos romanos tradicionales. El 25 de diciembre, después del “estancamiento solar” del solsticio de invierno, se celebraba el renacimiento del sol pues volvía a brillar con todo su esplendor. Se debate la posibilidad de que la celebración del nacimiento de Cristo haya sido acordada en esta fecha por los primeros cristianos, e incluso que llegaron a celebrarse como una misma cosa.
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El solsticio de invierno según los pueblos germanos. Las festividades de Yule agrupaban una serie de eventos relacionados con la llegada del invierno en las culturas nórdicas y germanas. Entre ellas se encontraban el Modranicht, noche en la que se predecían los acontecimientos que tendrían lugar el año siguiente o el Hold Nickar (que se traduce como “incitador de la batalla”), en el que Odín, representado como un hombre de barba blanca, cruzaba los cielos y causaba tempestades. En todo caso, la fiesta de Yule era un periodo de doce días en los que las familias se reunían, se recordaba a los ancestros, se preparaban banquetes con esplendor y observaba la hospitalidad con los forasteros.

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