domingo, 16 de agosto de 2015

Goranchacha: El hijo del Sol

Escultura del maestro Luis H. Rivas en predios de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia. De tres metros de altura, al mítico personaje se lo representa con una máscara en forma de sol disponiéndose a arrojar un proyectil hacia el oriente.
El Templo de Goranchacha
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Fray Pedro Simón, se refirió al Templo: “Cerca de las postreras casas del pueblo a la parte del norte donde ahora llaman las cuadras de Porras, hizo edificar un templo a su padre el Sol donde lo hacía venerar con frecuentes sacrificios…”. Con estas referencias el arqueólogo colombiano Gregorio Hernández de Alba (1904-1973), encontró y excavó el sitio.
 
Estaba formado por dos estructuras circulares: una exterior con soportes de piedra y varas, otra interior formada por varas o postes de madera. En el centro había un eje o sostén para el techo.html
las imágenes, parte de la estructura concéntrica, y un monolito fálico, columna del Templo.
 
Se llegaba en lentas procesiones sobre finas mantas, para venerar y ofrecer sacrificios al padre de Goranchacha: “el Sol”.
 
Mito.
Hace muchos años, el Sol quiso reencarnar en una mujer chibcha, por lo cual, todas las mañanas las mujeres desnudas esperaban la concepción a través de los rayos del astro rey.
 
Sin embargo, los indígenas conocieron luego, que el sol quería enviar sus rayos a una doncella del pueblo de Guachetá, quien habría de parir lo que concibiese de los rayos divinos, quedando virgen.
 
En toda la región se conoció la noticia, la cual fue acatada por las dos hijas doncellas del cacique de Guachetá, deseosas ambas de que sucediese el milagro. Todos los días a la alborada, las hijas del cacique se salían del bohío de su casa y se subían a un cerro cerca del pueblo para esperar la salida del sol por el oriente. Ellas se acostaban desnudas frente al sol, esperando que las pudiese fecundar con sus rayos.
 
Una de las doncellas de Guachetá apareció embarazada y al cabo de nueve meses parió una esmeralda muy grande y muy rica. La princesa la tomó y la envolvió en unos algodones, la puso entre los pechos durante varios días, hasta que al fin, la esmeralda se convirtió en un niño él que llamaron Goranchacha, hijo del sol.
 
Cuando cumplió sus 24 años, el hijo del sol se dedicó a recorrer el territorio chibcha predicando las sabias enseñanzas de Bochica y convirtiéndose en profeta. En la corte de Ramiriquí, en Sogamoso y demás pueblos del altiplano Boyacense, Goranchacha era recibido como hijo del sol y predicador religioso.
 
Cuando el hijo del sol tuvo conocimiento del castigo que el cacique de Ramiriquí le había infligido a uno de sus acompañantes, regresó a la entonces capital de los Zaques, le dio muerte al Cacique y asentó allí su corte, tomándose el poder por la fuerza. Escogió los criados para su servicio y entre ellos al pregonero, un indio con una gran cola, que se convirtió en la segunda persona del pueblo.
 
Goranchacha gobernó con un gran rigor; tenía castigos, aún para cosas muy leves. Cambió en forma definitiva la capital de los Zaques, que inicialmente era Ramiriquí, por Hunza. Se transformó en un verdadero dictador, el primero en estas tierras aborígenes.
 
El hijo del Sol mandó construir en Hunza un templo para rendirle culto a su padre; para ello mandó traer piedras y columnas de los lugares más distantes de sus dominios. Contaban los Hunzas que nunca pudieron ver las caras de quienes traían las piedras, por llegar con ellas de noche.
 
Goranchacha hacía venerar muy frecuentemente al sol en su templo de piedra y cuentan las tradiciones que hacía fiestas especiales con procesiones desde el cercado de Quimuinza hasta el templo del sol. La procesión seguía un camino tapizado con mantas finas y pintadas. Duraba tres días de ida, tres días de oración y tres días de regreso.
 
Un día el pregonero reunió a todos los Hunzas en un lugar, e hizo que Goranchacha les hablara de la esclavitud que tendrían en el futuro, pues vendría gente fuerte y feroz que les habría de maltratar y afligir con sujeciones y trabajos. El gran Chacha se despidió de los Hunzas y les dijo que se iba para no verlos padecer, y después de muchos años volvería a verlos. El Zaque entró al cercado y desapareció en forma definitiva, pues nunca más lo vieron. El pregonero con cola de león, delante de todos, estalló y se convirtió en humo hediondo, dando así la última despedida.
 
Textos de Javier Ocampo López (Aguadas, Caldas, 1939), residente de Tunja. Doctor en Historia, escritor y catedrático universitario. Ha publicado varios libros entre ellos: “Las fiestas y el folclor en Colombia”, “El proceso ideológico de la emancipación” y “Las ideologías en la historia contemporánea de Colombia”.

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